A veces sueñas demasiado, tanto, que lo real no importa.
Sientes que los días te transportan y te sientes solo,
apagado, como esta ciudad maldita,
que te incita a suplicarles a quienes más te quitan.
Mis lágrimas se han secado.
Pagué por mis pecados errados en el pasado, pero mírame,
aquí sentado tan endeble y vulnerable,
callado mientras dejo que el diablo me hable;
me confunde, su voz me aturde y me abandono.
Sólo si cierro mis ojos veo este trono que merezco, pero no lo tengo.
Jamás pondré mi alma en venta.
Prefiero ser feliz don nadie a ser leyenda muerta;
camino lento, y no tan atento aunque lo intento.
No me mata el odio ni el lamento, sólo el tiempo que me arruga,
como a un papel inservible. En mares,
de irreversibles males nado yo, el impasible;
el niño sensible, el chico travieso y malo,
frágil carne y hueso moldeada al palo.
Pero vivo para contarlo y relatarlo.
Y sé que es tan fácil morir que tiemblo sólo de pensarlo;
pero qué más da, mejor nada que esta odisea,
y si existe un más allá pues bienvenido sea.
Hoy estoy borroso y el cristal no está empañado,
y es porque alguien se a olvidado del príncipe destronado;
que usa muñecos rotos y pinta sus sueños rotos en un mundo roto,
quebrado por la angustia y otros.
Es la historia silenciosa que a gritos fue castigada.
Hoy miro entre mis manos, ¿y qué encuentro? nada.
Todos tenemos una historia que debe ser contada,
y guardamos un secreto del que nadie sabe nada.
Hablamos con la almohada pero no responde.
La verdad está ahí fuera, sí, pero se esconde.
Todos tenemos una historia que debe ser contada,
y guardamos un secreto del que nadie sabe nada.
Hablamos con la almohada pero no responde.
La verdad está ahí fuera, sí, pero se esconde.
sábado, 21 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario