Hoy he tenido un antojo, un anhelo de añoranza y calor. En él, necesitaba dar un abrazo como más me gusta hacerlo. El plan resulta sencillo: atacando cobardemente por la espalda, deslizaría suavemente mis manos por encima de la cadera. Una vez juntas bajo el ombligo, la punta de mi dedo corazón abriría una brecha entre la suave blusa y el áspero tacto del pantalón. La pequeña maravilla del mundo, su dulce y cálida piel, está bajo mi control, tersa y joven. Prosigo el camino, entrecruzándome más y más mientras disfruto de un paseo sobre su abdomen. De repente mis extremidades ya no dan más de sí, no las puedo alargar hasta el infinito, pero da igual. Entonces la apretaría tierna y firmemente contra mí, mientras me inclino hacia adelante, para oler su colonia, sentir su pelo sobre mi rostro y ver cómo cae su palma directa a mi nuca y me acaricia; ver cómo nos hacemos uno ella y yo, y susurrar un lento y sincero "TE QUIERO" tras su oído. También la besaría, primero en el hombro, y otras cien por el cuello...
Por un instante abro los ojos, veo los muchos trastos llenos de polvo de esta habitación desierta. Mi manga derecha pende del aire, la izquierda palpa las sábanas. Delante mío sólo hay aire.
Al fin y al cabo, estoy solo.
Por un instante abro los ojos, veo los muchos trastos llenos de polvo de esta habitación desierta. Mi manga derecha pende del aire, la izquierda palpa las sábanas. Delante mío sólo hay aire.
Al fin y al cabo, estoy solo.
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